Con su aire bohemio y despistado, sin tener conciencia del tiempo, se sentó a la mesa y comenzó a llenarla de magia sin parar, sin más orden que el que dicta su instinto mágico que, seguro, es el mejor criterio que un mago de sus características puede aplicar. Uno aprende mucho de Bébel y sin darse cuenta pierde también, como él, la dimensión temporal sumergiéndose en su propio terreno mágico.